Vivimos momentos de tránsito. No sólo hemos hecho trasbordo de un siglo a otro, o de un milenio al siguiente; sino que las casualidades o causalidades han hecho que nos encontremos entre derrocamientos de agotadas cosmovisiones y emergencias de nuevos modelos culturales.
Nosotros defendemos una visión esperanzadora y constructiva del futuro, en la que éste se puede edificar anticipadamente, y en la que más que un “por-venir” es un “por-hacer”. Que en el ser humano está depositada la semilla de la eternidad, negada por la soberbia divina cuando se nos castigó por temor a que en nuestro afán de progreso aspirásemos a trascender y evolucionar en nuestra humanidad. Aunque nos señalaron, con pistas, cómo podíamos restituir esa cualidad vetada, indicándonos que cuanto más profundizásemos en nuestra humanidad, cuanto más adentro y a los lados buscásemos, más arriba trascenderíamos
Desde nuestro punto de vista, y así lo hemos concretado en espacios formativos pioneros de esta reflexión (Rodríguez, 1996), y plasmado en publicaciones recientes (Rodríguez, 2001), asistimos a un tránsito desde el modelo psicológico de la creatividad que denominamos como “paradigma de potencialidad”, a un nuevo modelo emergente que hemos bautizado “modelo sociocultural” de la creatividad.
Concretamente, ¿qué significa “creativizar” la sociedad? En primer lugar, decir que esta dirección como su complementaria (socializar la creatividad) se sitúan en un plano axiológico del hecho creativo. Esto implica relacionar, o poner en paralelo los valores con la propia creatividad. Por tanto, lo que subrayamos es la dimensión moral de la creatividad, es decir, defendemos entender la creatividad, en la misma línea que lo hace Marín (2001), como una opción de valor, una exigencia axiológica, un referente sociocultural.
De este modo el nexo entre el ámbito de los valores y la creatividad, tendría al menos tres vínculos relacionales:
De este modo el nexo entre el ámbito de los valores y la creatividad, tendría al menos tres vínculos relacionales:
+ Los valores de la creatividad. En otro lugar (Rodríguez, 2001) hemos hecho referencia a las tres categorías de razones (filosóficas, socioculturales y psico-antropológicas) sobre la importancia del hecho creativo, con lo que estamos cargando a la creatividad de fundamentos, de valores positivos, es decir, estamos recargado la pila de la creatividad con valencias positivas.
+ El valor como criterio de la creatividad. Si existe un criterio definitorio de la creatividad que todavía sigue suscitando disenso, y sobre el que los autores mantienen relativos desacuerdos, es sobre el criterio de relevancia, utilidad o valor del producto creativo. Nos preguntamos: ¿lo creativo ha de tener valor? El mismo Marín define sintéticamente el concepto de creatividad con dos palabras: Innovación Valiosa. Y es que si vamos a los orígenes de este concepto, en el libro Génesis se dice: “Dios creó el mundo, lo miró y vio que todo era bueno”. Es decir, lo juzgó, lo valoró. Por lo que parece que la creatividad implica una creación y un criterio desde el cual se evalúa dicha construcción. Y este criterio puede ser subjetivo u objetivo, personal o social.
+ La creatividad como valor. En un doble sentido: como actitud generalizada y como valor propiamente dicho, cuestión teórica que hemos desarrollado en otro lugar (Rodríguez, en prensa)
De este modo, esta segunda dirección definitoria de la concepción social de la creatividad, trata de entender el hecho creativo como una exigencia cultural y ética, desde la crítica a una civilización tecnocrática, impersonal, escaparate de espectadores pasivos, teatro de marionetas, controlados desde lugares remotos (Marín, 1980). Por tanto, el pensamiento creativo, nace desde una vocación futurizante e innovadora, frente a una cultura aparticipativa, consumista y manipuladora. Es decir, la creatividad como innovación cultural, que trascienda de una primera distribución democratizadora del hecho creativo, para situarse en un plano superior de desarrollo, que podríamos llamar “Democracia Creativa”
+ El valor como criterio de la creatividad. Si existe un criterio definitorio de la creatividad que todavía sigue suscitando disenso, y sobre el que los autores mantienen relativos desacuerdos, es sobre el criterio de relevancia, utilidad o valor del producto creativo. Nos preguntamos: ¿lo creativo ha de tener valor? El mismo Marín define sintéticamente el concepto de creatividad con dos palabras: Innovación Valiosa. Y es que si vamos a los orígenes de este concepto, en el libro Génesis se dice: “Dios creó el mundo, lo miró y vio que todo era bueno”. Es decir, lo juzgó, lo valoró. Por lo que parece que la creatividad implica una creación y un criterio desde el cual se evalúa dicha construcción. Y este criterio puede ser subjetivo u objetivo, personal o social.
+ La creatividad como valor. En un doble sentido: como actitud generalizada y como valor propiamente dicho, cuestión teórica que hemos desarrollado en otro lugar (Rodríguez, en prensa)
De este modo, esta segunda dirección definitoria de la concepción social de la creatividad, trata de entender el hecho creativo como una exigencia cultural y ética, desde la crítica a una civilización tecnocrática, impersonal, escaparate de espectadores pasivos, teatro de marionetas, controlados desde lugares remotos (Marín, 1980). Por tanto, el pensamiento creativo, nace desde una vocación futurizante e innovadora, frente a una cultura aparticipativa, consumista y manipuladora. Es decir, la creatividad como innovación cultural, que trascienda de una primera distribución democratizadora del hecho creativo, para situarse en un plano superior de desarrollo, que podríamos llamar “Democracia Creativa”
Hablaríamos, en la línea del futurólogo Asimov, de la cuarta ola: la Creosfera. Pero no sólo como una cuestión de desarrollo y progreso de la civilización actual, sino también, y fundamentalmente, como un tema de supervivencia. Las palabras de Albert Einstein, una de las mentes más creativas de la humanidad, son ilustrativas de este razonamiento: "Si la humanidad tiene que sobrevivir, se necesita una nueva especie de pensamiento".
El núcleo central de esta propuesta se sitúa en el concepto de calidad de vida. Término extremadamente ambiguo, y con una importante carga ideológica, pero que responde a la aspiración profundamente humana de generar nuevos patrones de existencia, que supongan una mejora del estado actual en que se encuentran los individuos y las sociedades. Es el margen con el que se ha dotado la especie humana para tomar aire y poder regenerarse, y con ello sobrevivir y supervivir. Por tanto, la calidad de vida sería el valor instrumental a través del cual nos orientamos en la consecución del fin último: la felicidad, entendida esta en claves humanistas de autorrealización y realización social.
Nosotros (Rodríguez, 2001), en un intento de descifrar las diferentes concepciones e ideologías dominantes que se desarrollan o se han desarrollado sobre este “santo grial” o “cordero de oro”, hemos elaborado un modelo comprensivo, utilizando una estrategia creativa que hemos bautizado como “Ejes Semánticos”, en donde combinamos cartesianamente una serie de polaridades conceptuales en torno al núcleo central del problema, en este caso, la vida.
El esquema gráfico quedaría de la siguiente manera:
Gráfico 1
En el eje horizontal podríamos diferenciar dos polaridades de tipo cuantitativo, en el sentido de nivel o cantidad de mejora. Así, en el polo negativo, tendríamos el concepto de nivel de vida, asociado a valores materialistas y motivaciones de logro de tipo externalista. Mientras en el polo positivo nos situaríamos en el concepto de vida con calidad, vinculado a valores trascendentes y autorrealizantes, y que orientan hacia la mejora y el desarrollo.
En el eje vertical tendríamos un continuo cualitativo, en el sentido de cualidad o forma, y que estaría organizado entre dos polos. El primero de tipo negativo y definido por el concepto de vida con estilo, donde lo predominante es lo epidérmico y superficial. El segundo, de tipo positivo y cuyo concepto asociado es el de modo de vida, donde lo que se subraya es la diversidad y la diferencialidad.
La combinación de las polaridades de estos dos ejes nos dibujaría, de manera general, cuatro espacios conceptuales que a continuación desarrollaremos, no sin antes advertir que se tratan de concepciones extremas y polarizadas, y que no reflejan exactamente las posiciones vitales de los sujetos, más de carácter intermedio y sin una base estrictamente cartesiana o bidimensional. Las personas y las sociedades somos más complejas que un esquema gráfico, por lo que hay que utilizar este organizador como un esfuerzo analítico orientado a la comprensión y a la discusión compartida.
Gráfico 1
En el eje horizontal podríamos diferenciar dos polaridades de tipo cuantitativo, en el sentido de nivel o cantidad de mejora. Así, en el polo negativo, tendríamos el concepto de nivel de vida, asociado a valores materialistas y motivaciones de logro de tipo externalista. Mientras en el polo positivo nos situaríamos en el concepto de vida con calidad, vinculado a valores trascendentes y autorrealizantes, y que orientan hacia la mejora y el desarrollo.
En el eje vertical tendríamos un continuo cualitativo, en el sentido de cualidad o forma, y que estaría organizado entre dos polos. El primero de tipo negativo y definido por el concepto de vida con estilo, donde lo predominante es lo epidérmico y superficial. El segundo, de tipo positivo y cuyo concepto asociado es el de modo de vida, donde lo que se subraya es la diversidad y la diferencialidad.
La combinación de las polaridades de estos dos ejes nos dibujaría, de manera general, cuatro espacios conceptuales que a continuación desarrollaremos, no sin antes advertir que se tratan de concepciones extremas y polarizadas, y que no reflejan exactamente las posiciones vitales de los sujetos, más de carácter intermedio y sin una base estrictamente cartesiana o bidimensional. Las personas y las sociedades somos más complejas que un esquema gráfico, por lo que hay que utilizar este organizador como un esfuerzo analítico orientado a la comprensión y a la discusión compartida.
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